Ayer caminé por un bosque húmedo, rodeado de líquenes, de hojas que se hacían parte con la tierra. Con variedad de verdes que contrastaban con el azul y el gris de las nubes. Y luego vino una noticia que me dejó en la desazón, con una sensación de amenaza.

Luego en otra caminata, mirando las plantas, las rocas que han estado aquí desde mucho antes que yo naciera, pensé en que a ellas no les importa esta coyuntura. Y quizá eso es justamente lo que nos hace humanos: ese involucramiento, esa pasión, ese sentido de presente.

Pienso en un árbol que antes estaba rodeado de quince, veinte, treinta, cincuenta árboles, y porque se decidió abrir un camino, quedó acompañado de solo dos o tres. Los demás se fueron, se convirtieron en combustible o fueron tirados en el camino. Pero estos que quedaron siguen ahí, siguen apuntando sus hojas al sol, siguen existiendo. Hay algo de ausencia de juicio en eso, pero también hay una vida esplendorosa que continúa.

¿Qué podemos aprender de ellos?

Digo ser un árbol, pero sin pasar a ser alguien apático, desconectado, o cauterizado. Pero sí me pregunto cómo actuar desde esa tranquilidad que tiene un árbol. Cómo podemos seguir siendo quienes somos, con nuestras ideas e ideales, pero desde menos juicio y un poco más de contemplación.

Cuando el entorno cambia y se siente la amenaza. Vamos a tener que estar atentos, incluso más presentes. Pero podemos ser más como un árbol, una roca o como el agua. Actuar no desde el miedo, sino desde una firmeza tranquila y presente.

Parte de lo que nos diferencia de un árbol a los humanos es que podemos pensar en el futuro. Y no solo eso, podemos sufrir por lo que no fue, pasarlo horrible por las posibilidades que no fueron. De alguna forma vivimos en nuestra imaginación, en nuestros ideales y también en los rotos. Y eso duele. Pero también es lo que nos permite soñar con algo mejor y trabajar para que ocurra.

Tenemos que seguir teniendo ideas. Tenemos que seguir pensando en un futuro mejor posible. El tema es cómo hacerlo menos desde el miedo, la pena o la rabia.

Esta reflexión me deja más preguntas que respuestas. Y así es la vida. Pero en las preguntas quizás encontramos indicios, pequeñas lucecitas, algunas rutas que nos muestran que hay otras miradas posibles, incluso en las horas oscuras.